Después del escueto mensaje de Juan Carlos anulando la cita pensé que realmente, el interés que había sentido por mí en Nochevieja se debía simplemente a la alegría de la fiesta y las burbujas del cava, ya que no sabía nada de él. Una llamada suya justo cuando yo reflexionaba sobre ello se encargó de sacarme del error. ¿Acaso tendré algo de bruja?
-¡Hola Ninetta! Perdona que no te haya llamado antes.
-No pasa nada, he estado con gripe, pero ya me encuentro mejor.-Mentí- ¿Pudiste volver a poner la casa en orden después de la fiesta?
-Sí, más o menos. Pero me he encontrado debajo del sofá un sostén rojo. Y lo que me extraña es que nadie lo haya reclamado todavía. ¿Es tuyo?
-Pues no, como bien demostré sin querer, esa noche yo no llevaba nada más que el vestido.
-Oh sí, puff, menuda rabia que tu hermana se desmadrara... te invito esta noche a cenar a mi casa ¿tienes planes?
-Muchas gracias, acepto la invitación. Tengo que preparar una presentación pero puedo hacerlo otro día.
-Pues genial, te espero.
En ese momento, la ilusión del encuentro mató los últimos virus que aún quedaban en mi organismo. Al salir del trabajo me compré en las rebajas un excitante conjunto de encaje color Burdeos que yo aspiraba a poder enseñar tras la cena. Estaba convencida de que quería acostarse conmigo, que era justo lo que yo deseaba, así que, dado que mi vida sexual estaba experimentando una segunda oportunidad, me compré en una farmacia una caja de preservativos de tamaño gigante.
Al abrirme la puerta de su casa y verle de nuevo, sentí otra vez nuevos escalofríos recorriendo mi cuerpo y golpeando mi corazón, nada que ver con los que había sentido horas antes por culpa de la gripe.
La mesa donde íbamos a cenar tenía varias velas encendidas, anunciadoras silenciosas de lo que iba acontecer “Estamos encendidas esperando a apagarnos cuando os acostéis juntos”. La comida ya estaba preparada: una bandeja de embutidos diversos, entre los que figuraba sorprendentemente una sonrosada mortadela de aceitunas verdes, un plato con pan tostado recién sacado de la bolsa, varias latas de patés dispersas por encima de la mesa, queso de untar y unos trozos de zanahoria cortados longitudinalmente para zambullirlos con vehemencia en el queso. Ningún olor procedente de la cocina delataba que hubiera algo caliente para comer después. Estaba claro que lo suyo no era la alta cocina y que la frase “preparar la cena” consistía simplemente en trasladar los alimentos de un sitio a otro sin ningún tipo de elaboración.
El vino tinto tenía un maravilloso sabor afrutado y entraba con facilidad en el organismo, era toda una ayuda para digerir aquel cúmulo de frías viandas recién sacadas del frigorífico. Tras hartarnos de patés, zanahorias y dejar la mortadela intacta, nos trasladamos al sofá y sin más preámbulos comenzamos a besarnos. Juan Carlos desabotonó lentamente mi blusa.
-Hoy sí llevas sujetador.
-¿Te gusta?
-Mucho, pero me gusta más si te lo quitas.
Me rodeó con sus brazos y desabrochó mi sostén, acariciando mis senos mientras yo seguía sus pasos usurpándole su camisa de cuadros azules y dejando su torso desnudo.
Tumbándose sobre mí, volvimos de nuevo a deleitarnos mutuamente con una nueva sesión de besos y caricias, esta vez mucho más indiscretas y atrevidas. Juan Carlos jugueteó con mis pechos y devoró ambos en su boca. Los jadeos y gemidos que yo emitía se solapaban con los sonoros chupetones que depositaba sobre mis pezones hasta dejarlos endurecidos de forma casi perenne.
Sentí que luchaba con el cierre de mis vaqueros así que yo misma me desprendí de ellos. Estaba tremendamente excitada, la curiosidad que provocaba en mí hacer el amor con otro hombre empezaba a tener algo de adictiva. Necesitaba experimentar todo lo que no había podido conocer en mi época de casada.
Se desprendió de sus pantalones y tras unos calzoncillos de marca asomó su miembro, rotundo, grueso y sorprendentemente circuncidado. Situó estratégicamente una mano sobre mi sexo y enredando en él con sus dedos, consiguió casi al instante aumentar mi estado lúbrico a la par que mi humedad, dejando a aquellos mojados por entero.
Extendí mi mano y capturé dulcemente su miembro, lo acaricié curiosa y hambrienta, necesitaba saborearlo en mi boca y sentir su calor, por lo menos, el segundo plato iba a ser caliente. Fue en ese sublime momento cuando un móvil comenzó impertinentemente a sonar.
-Disculpa un momento.
Juan Carlos, semidesnudo, cogió el teléfono y se encerró en su dormitorio mientras que yo yacía espatarrada sobre el sofá. Los minutos que trascurrieron se me hicieron eternos, la humedad de mi sexo desapareció, la abundante insalivación de mi boca cesó y mi mal humor aumentó en progresión geométrica.
Al cabo de unos diez minutos, salió con cara de susto mesándose su cabello.
-Joder Ninetta, ¡cuanto lo siento! Me ha llamado mi madre. Se ha caído en la cocina y parece que se ha hecho daño en una pierna, me la voy a llevar ahora a urgencias.
-¡Qué mala pata…! Perdón, no quería decir eso. No te preocupes por mí, ¿quieres que te acompañe?
-Gracias, no hace falta, te llamo otro día ¿vale?
-Claro, cuando quieras.
Me plantó un largo beso en la boca, recogí mi ropa y me vestí con rapidez, Juan Carlos estaba nervioso y tenía una lógica prisa.
Nada más llegar a mi casa, me desnudé, cogí mi vibrador y me proporcioné una buena sesión de sexo en solitario. Empezaba a tener clara una cosa: mi consolador no tenía madre que tropezara, ni hermana que molestara y no se me quedaba dormido. Aparte de mi veleidoso vecino, resultaba ser mi mejor compañía sexual...
3 comentarios:
Carajo bocadito, no se puede tener más mala suerte....
Tu en España, yo en México, y ambos con tantas , tantas ganas.......
un beso en el yoyopo
el rulo
Ay, Ninetta, Ninetta. A mí tanta mala suerte junta y lo de la madre..... me parece tan sospechoso. Yo desconfiaría del JC a menos que te lo dé ya. Una cosa es que esté con otra y otra que esté SOLO con la otra......
Me pregunta qué te habían traído los reyes magos, pero veo que sigues jugando con los juguetes del año pasado.
como me gusta esta ninetta
Publicar un comentario