Tras la orgía de polvo de harina Andrés se dirigió al salón a ver la televisión, rutina habitual en él tras el sexo, y yo me quedé en la cocina contemplando el desaguisado: aún había polvo en el aire, el suelo estaba intransitable y sobre la mesa había una extraña mezcla de harina y cerveza que comenzaba a fermentar. No sabía por donde empezar así que pensé que, dado que estamos bajo la influencia de la fuerza de la gravedad, lo mejor era ir de arriba abajo.
Limpié los pegotones que se habían incrustado sobre la mesa y fregué el suelo una y otra vez hasta contemplar que el agua que quedaba en el cubo de la fregona no lucía blanquecino. Estaba agotada, más por la limpieza que por la placentera sesión que habíamos tenido, aunque intuía que la espalda me dolía principalmente por lo segundo. Cogí unas latillas recién compradas en el supermercado, las vertí sobre unos vistosos platos y las llevé al salón para cenar con Andrés. Tendría que esperar a otro momento para mostrarle mi arte culinario. Todavía me quedaba otro paquete de harina para hacer las croquetas, no todo se había perdido.
Me senté a su lado y Andrés, en vez de atacar la comida cual naufrago que acaba de encontrar en la isla por fin algo con lo que alimentarse, se arrimó a mí y me dio un tierno abrazo.
Si tuviera una margarita a mano la deshojaría mientras lanzaba al aire la única pregunta que se me ocurría en ese momento. ¿Sería verdad que me quería? ¿O simplemente era una muestra de agradecimiento por la cena?
Limpié los pegotones que se habían incrustado sobre la mesa y fregué el suelo una y otra vez hasta contemplar que el agua que quedaba en el cubo de la fregona no lucía blanquecino. Estaba agotada, más por la limpieza que por la placentera sesión que habíamos tenido, aunque intuía que la espalda me dolía principalmente por lo segundo. Cogí unas latillas recién compradas en el supermercado, las vertí sobre unos vistosos platos y las llevé al salón para cenar con Andrés. Tendría que esperar a otro momento para mostrarle mi arte culinario. Todavía me quedaba otro paquete de harina para hacer las croquetas, no todo se había perdido.
Me senté a su lado y Andrés, en vez de atacar la comida cual naufrago que acaba de encontrar en la isla por fin algo con lo que alimentarse, se arrimó a mí y me dio un tierno abrazo.
Si tuviera una margarita a mano la deshojaría mientras lanzaba al aire la única pregunta que se me ocurría en ese momento. ¿Sería verdad que me quería? ¿O simplemente era una muestra de agradecimiento por la cena?
1 comentario:
Te veo sentando cabeza...
Publicar un comentario