lunes, 2 de noviembre de 2009

Premios blognovelas





Muchas gracias a todos los que me habéis votado y gracias también a Angel J. Blanco por la labor que hace en su web.

Besos a todos.

Alice Carroll

miércoles, 12 de agosto de 2009

Las confesiones de Ninetta

Lo prometido es deuda: "Las Confesiones de Ninetta" ya está disponible en formato libro. Espero que disfrutéis de su lectura tanto como yo he disfrutado escribiéndolo. 292 páginas con las aventuras y desventuras de Ninetta, una divertida divorciada que busca, tras su divorcio, buen sexo, amor y sobre todo, su propia felicidad. Os lo recomiendo para este verano.
Besos

Alice Carroll

Nuevas vidas

Poco a poco aquella algarabía de gente vestida de fiesta transitando por la sala de espera se fue difuminando. Las amigas de mi hermana se fueron a seguir con la celebración a pesar de la ausencia de mi hermana. Juan Carlos y Andrés salieron juntos tras despedirse de mí y yo me quedé sola, esperando poder entrar a ver a mi hermana cuando salieran mis padres.

Mi estado de ánimo era una mezcla de tristeza, envidia, soledad y alegría, pero a pesar de todo, tenía la extraña sensación de que todo me iba a ir mejor desde aquel momento. Había aclarado mis ideas, había sido por fin sincera, tanto conmigo misma como con los demás y mi futuro no tenía mal aspecto: de nuevo sola en casa y con trabajo.

David volvió a salir de su consulta y al verme en la sala de espera se acercó hasta mí. Mi corazón se revolvió gratamente.

-No te he preguntado antes qué es lo que hacías aquí. La verdad es que a veces soy un poco despistado.
-Mi hermana acaba de tener un niño. Estoy esperando a ver si me dejan verla.
-Ven conmigo, no hace falta que esperes.-Dijo sonriente.

David me acompañó hasta la habitación donde ya habían ubicado a María.
-Hoy estoy muy liado, pero si te apetece podías venir un día a eso de las seis que es cuando hago un descanso y tomamos un café. Así me cuentas algo de tu vida. –Dijo David antes de despedirse dándome dos besos.
-Claro, me encantaría. Nos vemos.-Dije yo bastante nerviosa.

Entré en la habitación de mi hermana. María estaba tumbada en la cama y no tenía muy buen aspecto. El parto la había dejado agotada. Miré a su alrededor y no vi al pequeño.

-¿Y el niño?
-Está en una cuna térmica. Me han dicho que la primera noche es lo mejor.-Contestó María.
-¿Cómo se va a llamar?
-Nos gusta Daniel.-Contestó orgulloso Manuel.

Mi madre y Salvatore estaban sentados en el sofá cama en el que Manolo dormiría esa noche y parecían realmente felices uno al lado del otro. Por un instante, me alegré de que mi madre no estuviera sola. Desde que Salvatore había vuelto, el carácter de mi madre había mutado por completo. Ya no se metía tanto en mi vida y parecía estar siempre de buen humor.

Me despedí de todos y salí del hospital. No quería coger un taxi a pesar de lo tarde que era. Necesitaba aire puro tras salir de allí. Caminaba lentamente por las calles, contemplando el horizonte desde una nueva perspectiva. La verdad es que tras el divorcio, aquel año había estado cargado de sorpresas y estaba segura de que el próximo tendría aún más. Me sentía más segura de mí misma y más convencida de que todo iba a ir bien.

Ya no leo las revistas de cotilleos y cada vez me aburre más la tele, sé que existen otros mundos y otros hombres. Aunque este año no haya encontrado al hombre de mi vida, sé que pronto encontraré lo que quiero. Tengo 37 años y a pesar de haber engordado dos kilos, no me he abandonado y sigo viéndome atractiva cuando contemplo mi figura en los espejos de El Corte Inglés. Adiós a los líos con mi vecino y con Juan Carlos, al desorden de mi casa provocado por Clara y adiós a mi situación de parada temporal y a la tiranía de mi jefe.

Hoy mismo comienzo una nueva vida.

martes, 4 de agosto de 2009

Problemas de color

Manolo y mi madre aparecieron con una enfermera a su lado que llevaba al bebé en sus brazos. Estaba completamente tapado por una suave manta excepto por la carita, que se dejaba entrever bajo la tela. Todas y todos nos arremolinamos a su alrededor.
-¡Es un niño!- Dijo orgulloso Manolo.
-¿A ver? –Dije yo intrigada sobre su aspecto.
-Qué morenito es ¿no? –Dijo una de las amigas de María.
-No, que va, yo creo que tiene la piel amarilla.-Dijo otra.
Por fin conseguí hacerme un hueco y pude contemplar la cara de mi primer sobrino. Lo cierto es que, blanco, blanco, no era.
La enfermera habló tras los comentarios-Está un poco amarillento porque seguramente tiene ictericia. Pero eso con un poco de sol se pasa. No tiene mayor importancia. Les pasa a muchos recién nacidos.

La verdad es que viendo su aspecto, tenía mis dudas sobre si su color predominante era el amarillo o el marrón, negro no era, eso era cierto, pero realmente parecía que en vez de venir del útero, aquel niño había venido de una playa en la que se hubiera tostado al sol. Manolo no parecía intranquilo, es más, mostraba un semblante de absoluta felicidad.

Por un instante levanté la mirada del pequeño y pude ver a lo lejos al médico que me había atendido tan amablemente. ¿Estaría casado? Había decidido empezar una nueva vida, no era tan mala idea dirigir mis pasos hacia el sector médico…

Miré de nuevo a mi sobrino, que ya lo llevaban a una cuna térmica y deseé tener entre mis brazos a mi propio bebé.

jueves, 30 de julio de 2009

Nominaciones en blognovelas

Angel J Blanco, aparte de ser un estupendo escritor hace una gran labor en su página http://blognovelas.es/ donde recopila las novelas que actualmente se publican en formato de blog. Os animo a pasaros por su web y echar un vistazo a las creaciones de los escritores que va recopilando.
Agradezco a todos los que han nominado la novela de Ninetta y animo a la gente a votar en la web de blognovelas, donde "Confesiones Eróticas de Ninetta" ha sido nominada en las siguientes categorías:
Mejor Comedia
Mejor personaje
Mejor blognovela del año 2009
Confesiones eróticas de Ninetta está llegando a su fin y tras una ardua labor de maquetación, en breve pondré el enlace de la novela en formato libro, para los que se cansen de leer letras de colores sobre fondo negro y prefieran tener entre sus manos un libro para llevárselo a cualquier lugar.
Besos a todos y gracias por seguir ahí.
Alice Carroll

Sorpresas maternas

Mi madre me agarró el brazo nerviosa y comenzó a hacer una pregunta seguida de otra sobre el estado de salud de María y de su bebé. Yo apenas podía decirle nada, dado que lo único que sabíamos es que estaba ya en el paritorio.
-¿Y Manolo? –Preguntó mi madre.
-No ha venido aún.- Respondí mientras miraba de reojo la mano de mi padre cogiendo la de mi madre.
-Me voy a ir con ella, Salvatore.- Dijo mi madre dándole un beso- Ninetta, queremos decirte algo. Salvatore y yo… Bueno, que vamos a hacer una pequeña celebración, una especie de boda, ya sabes. Hemos decidido volver a estar juntos.

Miré a mi madre anonadada. Había perdonado a mi padre todo lo malo que le había hecho. Se había visto abandonada con dos niñas pequeñas, había tenido que luchar por sacarnos adelante ante la indiferencia de Salvatore, que jamás había dado señales de vida hasta ahora. ¿Acaso las mujeres teníamos algo de estúpidas? Lo cierto es que no me salía decirles nada, ni que me alegraba por ellos, ni que me lo imaginaba, ni que me lo temía. A pesar de que mi madre había perdonado a mi padre, yo no era capaz de seguir su actitud. Le guardaba un profundo rencor, labrado a base de pensar año tras año en lo injusta que había sido la vida conmigo al dotarme de un padre que no se había preocupado por mí jamás. Así que tan sólo hice un gesto con los ojos y di una palmadita a mi madre en el brazo.

De repente, como una exhalación, entró Manolo. Llevaba la camisa mal abotonada, la pernera de los pantalones metida en los calcetines y mostraba una cara de profundo nerviosismo. Sentí algo de lástima por él. Se acercó hasta mi madre y ambos se dirigieron a una de las enfermeras, que les indicó por donde tenían que ir.

Mis dos pretendientes me miraban esperando mi respuesta, me acerqué hasta ellos y dudé por unos segundos, pero finalmente me dirigí a Juan Carlos.

-Reconozco que hemos tenido momentos buenos en los que lo hemos pasado muy bien. Nos entendemos, tenemos aficiones comunes y eso es importante. Pero…
-¿Pero? –Dijo él ansioso porque siguiera.
-Pero no recuerdo un día contigo en el que no me hayas mentido, tienes una facilidad especial para falsear la realidad y creo que eso es algo que no voy a olvidar. Puedes decir que yo también lo soy, de acuerdo, lo acepto, pero aún no tienes claras las cosas y dudo que dejes a Silvia de un día para otro, así que mi respuesta es no.

Andrés mostraba una sonrisa plena dado que ya se veía vencedor. Me acerqué a él y comencé mi perorata.
-Eres el mejor amante que haya tenido jamás y eso es difícil de superar, tienes imaginación, eres morboso y me excitas como nadie lo ha hecho nunca. Pero aparte de eso, nunca hemos salido como lo hacen las parejas normales, el lugar donde hemos pasado más tiempo juntos ha sido la cama y a pesar de que no me disgusta, no es lo que yo quiero. Así que mi respuesta es no.
Mantuve unos segundos de silencio.-Lo cierto es que es una pena porque la suma de ambos sería perfecta.
-Nos propones un trío, Ninetta, ja ja ja.-Rió Juan Carlos.
-Sólo hablaba en voz alta, no era una proposición. Bastante complicado son las relaciones de pareja como para meter más gente.

En ese instante, un revuelo de gritos femeninos me dejó completamente aturdida.

¡El bebé acababa de nacer!

sábado, 25 de julio de 2009

Decisiones e indecisiones

Salí del baño algo confusa. Mi estómago seguía revuelto y el alcohol que había ingerido pugnaba dentro de mí produciéndome un terrible malestar. Me prometí a mí misma no beber más la próxima vez mientras suplicaba para que al llegar a donde estaba nuestro peculiar grupo de borrachas y ex, las cosas se hubieran calmado. Mi aspecto no debía ser realmente bueno, me iba tambaleando y más de una vez tuve que apoyarme en la pared para no perder el equilibrio. Estaba tan concentrada en mantener una mínima estabilidad que ni siquiera me di cuenta de que se había acercado hasta mí un hombre vestido con bata blanca.
-¿Te encuentras bien? –preguntó preocupado.
-Sí, bien. Creo que ha sido la cena, me ha sentado fatal. Tengo algo revuelto el estómago.
-Estás bastante pálida, será mejor que te sientes si no quieres desmayarte. Mira, aquí tienes un asiento.

Mientras me sentaba me detuve a mirarle con calma. Era joven, quizás incluso de mi edad, tenía el pelo corto y ligeramente ondulado, llevaba perilla y tenía unos maravillosos ojos azules. Acababa de salir del infierno y me encontraba ahora en el paraíso. Lo cierto es que su aspecto me era familiar, lejanamente familiar.
-¿Estás mejor?
-Sí gracias. –Respondí mostrándole mi mejor sonrisa.
-Tú yo nos conocemos. Mi nombre es David. Tú eres Ninetta ¿verdad? Estuve un tiempo saliendo con una amiga tuya, Virginia.
-David… ¡Claro, es verdad! Apenas te había reconocido. Han pasado unos cuantos años. ¿Qué tal te va? Perdí el contacto con Virginia hace mucho, ¿sabes algo de ella?
-No, que va, cortamos cuando me fui a Estados Unidos. Oye, tengo que volver a mi consulta, pero no dudes en llamarme si te sigues encontrando mal. Me alegro de verte.
-Yo también, y gracias.

David me hizo un gesto con la mano y caminó por el pasillo hasta meterse por una puerta que ponía “ginecología”. Me acordé de lo mucho que hacía que no iba a hacerme una revisión y me prometí a mí misma concertar una cita cuanto antes con él.

Me levanté de la silla y caminé de nuevo hacia mi destino. Al torcer la esquina y llegar al lugar de autos, todo había cambiado. Las amigas de mi hermana reían alegremente y Juan Carlos y Andrés, con la cara algo más amoratada que antes, hablaban tranquilamente entre ellos, sorprendiéndome aún más al ver que Juan Carlos había puesto su brazo encima del hombro de mi vecino en una postura de camaradería que jamás hubiera creído que vería entre ambos. Incluso Juan Carlos había tenido el detalle de dejar la chaqueta de su americana a Andrés para que éste se tapara algo.

Cuando llegué hasta ellos no quise siquiera preguntarles lo que había pasado para que de repente todos sus odios se hubieran convertido en amistad. ¿Acaso habían decidido que tres era mejor que dos y nos íbamos a convertir en los protagonistas de un remake de “Una mujer para dos”? ¿Los puñetazos les habían dejado tan confundidos que ya no sabían lo que hacían? ¿Se habían dado cuenta realmente que era una estupidez luchar por mí y que al fin y al cabo, un amigo es para siempre?

Me puse junto a ellos y les miré interrogante. Fue Juan Carlos el que tomó la palabra.
-Ninetta, es hora de que te decidas por uno de los dos.-Afirmó con rotundidad.
Miré a Juan Carlos y a punto estuve de decirle que era él el que tenía que elegir, dada su relación con Silvia, pero no quise siquiera mover los labios. ¿Y si me elegía a mí? ¿Realmente quería yo estar con él? ¿Era eso lo que me apetecía’
-Juan Carlos tiene razón.-Dijo Andrés mirándole mientras Juan Carlos hacía un movimiento afirmativo de cabeza.
Miré a Andrés y me pregunté si sería capaz de tener una relación normal con él. Pensándolo fríamente, lo que había entre nosotros estaba relacionado fundamentalmente con el sexo, muy buen sexo, eso sí, pero nada que me hiciera pensar que en un futuro podría haber una relación normal de pareja entre nosotros. El hecho de no poder tener hijos había inclinado la balanza en su contra. Mi reloj biológico sonaba cada vez con más fuerte.

Me aparté por un segundo de ambos pretendientes para intentar tomar una decisión. La duda me consumía, pero mi cerebro mandaba señales en una sola dirección.

Cuando volví con ellos para darles mi veredicto, mi madre y mi padre llegaron hasta a mí para preguntarme por María.

Había sido salvada de momento.

sábado, 18 de julio de 2009

En busca del paritorio

Al llegar al hospital buscamos de inmediato una enfermera que atendiera a mi hermana. En cosa de un minuto ya la habían colocado en una silla de ruedas y la llevaban con urgencia al quirófano.
-¡Llama a Manolo y a mamá, por favor! –Gritó ella desde lejos.

El aspecto de Andrés no dejaba indiferente a nadie, aquellas miradas que recibía de la gente que se encontraba en la sala de espera avergonzaban a cualquiera, incluido a él, que no sabía muy bien como taparse. Cogí mi teléfono e hice las llamadas que me había perdido mi hermana. Manolo casi perdió la voz al comunicarle la noticia y mi madre había dado un terrible grito que me había dejado el oído con una alta insensibilización.

Una marabunta de mujeres vestidas de fiesta inundó la sala de espera. Yo no quería ni siquiera acercarme para no tener de nuevo un enfrentamiento en toda regla con la loca con la que me había pegado en el club. Sin embargo, las cosas comenzaron a ir peor por el lado masculino, al entrar Juan Carlos también al hospital tras aparcar su vehículo.
-Quién es este fantoche que está contigo Ninetta? –Dijo Juan Carlos mirando con desprecio a Andrés.
-¡Tú sí que eres un fantoche, gilipollas!-Dijo Andrés empujándole levemente.
-Ni me toques, chulo de mierda.
-¿Por qué no lo dejáis? –Rogué yo a ambos.

Mi súplica cayó en saco roto, Andrés y Juan Carlos se enzarzaron en una pelea en medio de la sala de espera, mientras yo intentaba separarles para que no nos echaran de allí, que era lo que nos merecíamos todos por alterar el orden sanitario.

Lo cierto es que a pesar de todo, sentía cierta vanidad por saber que realmente se estaban peleando por mí. Era el momento de decidirse por uno u otro y dejar las cosas claras a ambos. De nuevo tenía un trabajo estable y quería que mi vida sentimental siguiera el mismo derrotero.

Ninguno de los dos parecía salir victorioso del enfrentamiento de momento. ¿Debería elegir la dama al vencedor de la lid?

La dama en ese momento lo único que deseaba era ir al servicio a vomitar. La cena y los líos me habían sentado realmente mal.

domingo, 12 de julio de 2009

Preguntas intencionadas

A esas horas de la noche la gente plagaba los locales de copas y el movimiento que había en las calles de vehículos transitando era digno de una rutinaria mañana de atasco en un día de trabajo. Andrés esquivaba los coches con una pericia encomiable. Yo no podía dejar de mirar su cuerpo semidesnudo, haciéndome una y otra vez en mi mente, preguntas sobre la condición masculina y lo frecuente que era en los hombres no decir la verdad.

Mi hermana en el asiento de atrás aullaba contando los minutos que trascurrían entre contracción y contracción, asustándose cuando se daba cuenta de que el tiempo trascurrido entre una y otra se acortaba tan peligrosamente como un día de tormenta, cuando el tiempo entre el rayo y el sonido del trueno apenas era medible.

Al ver que Andrés no me dirigía una sola palabra de perdón o reproche, fui yo la que tomó el mando de la conversación, haciéndole preguntas para intentar mantener una conversación con él.
-¿Por qué no me dijiste donde trabajabas? –Empecé yo de forma directa y algo agresiva.
-¿Me cuentas tú acaso toda tu vida? –Respondió Andrés mirándome por un segundo apartando su vista de la carretera.
-Vale, de acuerdo. Sé que tengo mis fallos, pero como todo el mundo.

Tras unos segundos de silencio en la que no se me ocurría nada que decir, volví al ataque.
-Menudo susto lo de mi hermana ¿verdad? ¿A ti te gustaría tener hijos?
-No puedo.
-¿Y por qué no puedes?- Insistí yo como hacían los niños pequeños ante sus dudas.
-No puedo porque soy estéril. Tuve una enfermedad que me lo produjo. ¿Satisfecha con la respuesta?- Dijo él dejándome con la boca abierta.-De todas formas, he de serte sincero, no me importan los niños lo más mínimo.
-A mí sí.-Dije yo sin más.

No pregunté nada más. ¿Para qué? Estaba claro que mis relaciones con los hombres eran más superficiales de lo que yo creía o quería conseguir en la vida. Andrés era un buen amante pero nada más podía plantearme con él a largo plazo. Había perdido mi precioso tiempo fértil inútilmente con él. Viendo a mi hermana sollozar tras de mí, sospeché que mi mente comenzaba a aclararse tras mucho tiempo. Me apetecía tener un hombre que me amara incondicionalmente, que quisiera vivir conmigo y que incluso deseara tener hijos y formar una familia. Mi reloj biológico volvía a darme testarazos una y otra vez.
En esos momentos pensé en el otro candidato que nos seguía a toda velocidad, preguntándome si debería darle una nueva oportunidad.

jueves, 2 de julio de 2009

Caos en el escenario

La rabia se había apoderado de mí dotándome de una fuerza inusitada pero la amiga de mi hermana andaba a la zaga arañándome con tal ferocidad que sentía la piel de mis brazos en carne viva. Andrés intentaba separarnos sin éxito pero mientras, un tropel de mujeres subió a hacernos compañía tomando posiciones a favor de una u otra hasta que se montó una típica pelea digna de una buena película del oeste. Andrés llamó a los guardias de seguridad al ver que sus esfuerzos resultaban inútiles, la música dejó de sonar y en vez de eso, la voz de mi hermana María gritando como una poseída nos distrajo unos segundos de nuestra labor.
-¡He roto aguas! ¡Socorro! Ninetta, ayúdame.

A pesar de que me quedaba con ganas de seguir desfogándome con aquella golfa, sentí el deber filial de ayudar a mi hermana así que me desasí como pude de las garras que atenazaban mi piel y me fui con María.
-¿Qué te pasa? –Pregunté yo intentando recuperar el resuello.
-¡Creo que el bebé viene ya! –Dijo ella evidentemente asustada.
-Pero si no le toca todavía. –Dije yo mientras hacía mis cuentas.
-¡Y a mí que me dices! ¡Llévame al hospital de una puñetera vez o voy a tener el hijo en medio de este lío!
Andrés, entre molesto, confuso, avergonzado y sorprendido, se acercó a mí tras oír a mi hermana.
-Podemos ir en mi coche, esperad a que me vista.
-No hay tiempo, tienes que llevarme ya.-Dijo María evidentemente fuera de sí.
-Venga Andrés, ya tendrás tiempo de cambiarte. ¡Es una urgencia! –Dije yo.

Salimos en tropel del local de boys. María y yo nos dirigimos al coche de Andrés y detrás, varios taxis con las amigas de María que no querían abandonar a mi hermana en tales momentos, insistieron en seguirnos.

Justo antes de entrar en el coche de mi vecino, observé que había más gente conocida en el lugar de la que a mí me apetecía ver.
-¿Se puede saber lo que estás haciendo aquí, Juan Carlos?
-Te he ido siguiendo, necesitaba hablar contigo. No podía esperar.
-Mal momento, nos vamos al hospital, mi hermana está a punto de parir.
-Venga, os llevo en mi coche.-Se ofreció él.
-No te preocupes, ya tenemos vehículo. Anda, vete a casa. –Dije yo.
-Ni hablar. Os sigo.-Dijo él en un fastidioso alarde de altruismo.

La noche se iba estropeando hasta extremos insospechados.

sábado, 27 de junio de 2009

Baile de placer

Mi vecino Andrés se movía tan insinuantemente, que era difícil mantenerse fría a su lado. Ahora comprendía sus horarios, su facilidad para el ligoteo y su reiterada negativa a explicarme en qué consistía realmente su trabajo. Sus movimientos pélvicos hacia delante y hacia atrás incitaban a aquellas mujeres alcoholizadas a gritar con todas sus ganas. Yo no sabía qué hacer, si taparme, si largarme de allí y no ver más, o esperar a que terminara su espectáculo, que por lo que parecía, podía incluir un desnudo en toda regla. Andrés se iba quitando una a una sus prendas ante la mirada babosa de todas las mujeres que habían ido allí precisamente para eso. La verdad es que no me hacía ninguna gracia y sentía que me hervía la sangre por dentro. ¿Sería capaz de aguantar una relación en la que, no sólo había una mujer cerca como en el caso de Juan Carlos, sino una multitud de ellas dispuestas a acostarse con él a la mínima ocasión?

Andrés por fin se quedó con un minúsculo taparrabos cuyo relieve era toda una provocación. Alguna mujer se había levantado incluso de la mesa y se había acercado hasta el escenario en busca de un contacto más directo. Entre ellas, una procedente del grupo de mi hermana se había aventurado a subirse al escenario y ahora acompasaba sus movimientos a los de Andrés, con tal descaro, que sobó su cuerpo de arriba abajo sin ningún tipo de reparo. Seguro que su marido se hubiera quedado bastante sorprendido al ver a su mujer comportarse tan espontáneamente.

Aquella idiota no sólo comenzó a tocarle más descaradamente sin que Andrés hiciera nada por evitarlo, sino que encima aventuró su mano dentro del taparrabos en busca de una diversión mayor.

En ese instante ya no me pude contener ni un segundo más. Me levanté como una leona a la que le hubieran quitado su presa a traición, me subí al escenario y ante la sorpresa de Andrés al reconocerme, me abalancé sobre ella tirándola al suelo y dándole un sonoro tortazo.

A partir de ese momento el baile cambio de ritmo.

sábado, 20 de junio de 2009

La despedida de soltera

Ir a la fiesta que daba mi hermana en honor a su despedida como divorciada era una de las cosas que menos me apetecía en la vida, pero María estaba decidida a hacer todo tipo de rituales relacionados con el evento, suponía que para tener más suerte que en su primer matrimonio. El hecho de que incluso hubiera buscado a mi padre para que fuera su padrino y no se dirigiera al altar como en la primera vez, cogida de la mano de mi madre, era otra muestra más de su afán de perfección.

Las amigas de María eran clavadas a ella, suplían su inseguridad y aburrimiento marital con una falsa apariencia de felicidad absoluta y dicha inigualable. Yo conocía de sus vidas por mi hermana, que en más de una ocasión había criticado con todo detalle a cada una de ellas. Las críticas casualmente habían arreciado tras ser abandonada por Fernando, como una manera más de autoprotegerse para superar la envidia que le daba pensar que sus amigas habían tenido más suerte que ellas.

Mis pensamientos se desvanecieron al escuchar el timbre de mi casa. No podía ser otro que Andrés así que volé hacia la puerta y abrí ilusionada.
-¡Juan Carlos! ¿Qué haces aquí?
-Necesitaba hablar contigo.
-Ven, pasa. Pero no tengo mucho tiempo, tengo que ir a la despedida de soltera de María.
-Estoy hecho un lío- Confesó él.
-¿Y?
-Te echo de menos. Ya sé que ambos hemos cometido errores, pero podíamos empezar de nuevo.
-¿Y qué pasa con Silvia?
-No te puedo mentir, sigo queriéndola. Pero sigo pensando en ti.
-Mira Juan Carlos, no me marees más. No cuentes conmigo si quieres estar con ambas, no soy tan moderna como parezco.
-Podrías darme un tiempo, el suficiente para que me aclare.
-Te tienes que marchar Juan Carlos, no tengo ganas de hablar ahora de nada.- Dije levantándome e invitándole a marcharse.
-¿Te parece si quedamos un día y hablamos más tranquilamente?
-Vale, pero ahora vete-Respondí con la única intención de que me dejara ya.
-Hasta pronto Ninetta.
-Adiós. –Me despedí de él cerrando la puerta sin darle tiempo a que dijera una palabra más. Seguía sintiendo algo por él, pero dudaba si aquel amor sería suficiente para tolerar que continuara su relación con Silvia.

Llegué al restaurante donde se iba a celebrar la cena con un pensado retraso. El camarero me condujo hasta el salón privado donde estaban todas aquellas mujeres, hubiera podido adivinar donde se ubicaban tan sólo siguiendo el rastro de las risas que llegaban hasta mí. Parecía mentira pero sospechaba que más de una se había bebido ya unas cuantas copas antes de la cena. Por un instante, pensé en largarme poniendo cualquier excusa. Me sentía ridícula sabiendo que el hombre del que hablaban una y otra vez y le hacían ser el protagonista de sus chistes era Manolo, mi ex, al que no me imaginaba lo más mínimo como María parecía describirlo: un buen y apasionado amante. ¿Tendría mi ex una doble personalidad? ¿Se habría independizado por fin de su madre y ello le había vuelto más fogoso? ¿Sería María una embustera y realmente sólo quería casarse con él para fastidiarme una vez más? Miré su oronda panza y alivié la tortura de mis pensamientos elucubrando sobre la mejor ropa que le podía quedar a mi sobrino en caso de que el color de su piel fuera chocolateada. Me podía imaginar la cara de susto de Manolo, los lloros de María pidiendo perdón y explicando que fue un error de una noche. Me sentí más aliviada.

La cena trascurrió sin grandes sobresaltos y de inmediato cogimos tres taxis para dirigirnos al “Local boys” el club donde ejerceríamos de penosas y hambrientas mujeres sin miedo a hacer el ridículo. Yo sí que lo tenía y por eso, había llenado mi cuerpo de alcohol para poder superarlo.

Salimos de los vehículos y tras comprobar que no nos equivocábamos de local, la zona estaba plagada de ellos, bajamos las escaleras y nos sentamos alrededor de varias mesitas circulares justo al lado del escenario. Nuestra vista era privilegiada y estaba segura de que no nos perderíamos un detalle.

De pronto sonó la música y salió el boy. Miré atónica a aquel hombre que se contoneaba tan insinuantemente. No podía creerlo, era él…

viernes, 12 de junio de 2009

Triunfo total

Al día siguiente me vestí de ejecutiva agresiva con una falda y una chaqueta de color rojo pasión. Me calcé los zapatos de tacón más altos que encontré y me dirigí a mi antiguo lugar de trabajo. Cuando llegué a la planta donde se ubicaba Vicente me crucé con Clara, pero ésta ni siquiera me dirigió una palabra. Realmente, era injusto, había pasado muchos meses conmigo y eso no parecía tenerlo en cuenta. La paciencia de todos tiene un límite y la mía parecía estirarse tanto que la gente abusaba de ella. Eso se había acabado.

Llamé al despacho de Vicente mientras abría su puerta. Al verme se sorprendió tanto que se levantó como un resorte.
-Hola Ninetta… ¿Qué haces por aquí? –Preguntó bastante sorprendido.
-He venido a proponerte un pequeño negocio.

Abrí mi bolso y saqué las fotos. Vicente las vio incrédulo, pero a medida que yo las pasaba sentí que empalidecía y que incluso parecía no sostenerse bien.
-Si me das mi antiguo trabajo las rompo, si no, creo que las va a conocer alguien que tú no quieres…

Vicente me miró sabiendo que tenía perdida la batalla. Sabía que no le quedaba otro remedio que tragar con el chantaje si quería seguir con su vida de siempre. Por fin había llegado la hora de hacer justicia.

-Está bien Ninetta. Me rindo. Pero quiero que traigas todos los soportes donde están las fotos y que las borres delante de mí.
-No hay problema. ¿Cuándo me incorporo?
-Puedes venir el lunes que viene, si quieres.
-Claro Vicente, respondí yo. Estoy deseándolo.

Salí de su despacho y no pude contener un salto de alegría. Había recuperado mi trabajo y volvía a recuperar mi dignidad.

sábado, 6 de junio de 2009

Entre basura

Al llegar al contenedor, mi esperanza creció. Estaba rebosante de papeles e incluso había alguno fuera con lo que por lo menos podría tener acceso a las bolsas sin mayores problemas. Mi labor era ardua y penosa, pero necesitaba recuperar mis fotos como fuera.

Intenté ordenar mi trabajo cogiendo primero las bolsas que se encontraban fuera del contenedor. Una a una fui abriéndolas y mirando en su interior. Poco a poco fui aprendiendo a descartarlas a mayor ritmo, era fácil distinguir aquellas bolsas que era imposible procedieran de mi casa, dados los cartonajes de juguetes o periódicos que contenían.

Una vez terminé con todas las bolsas que estaban fuera del contenedor no tuve más remedio que meter la mano dentro para sacar las bolsas que estaban accesibles. La gente que pasaba por la calle me miraba entre sorprendida y malhumorada. Estaba dejando la calle hecha un auténtico asco, pero por alguna extraña razón, nadie se atrevía a decirme lo que en ese momento estaban pensando. Quizás mi aspecto impecable les chocaba, no parecía ninguna pordiosera y estaba claro que no buscaba comida.

Tenía las manos completamente negras, estaba cansada y desesperada, pero no me rendía. Abrí una bolsa y tras ver la caja de salvaslips que yo usaba en ella, tuve un pálpito. Saqué uno a uno los periódicos y fui abriéndolos con gran cuidado. ¡Ahí estaba mi carpeta!

Abracé mi tesoro y sin preocuparme de volver a tirar al contenedor todas las bolsas que había dejado desperdigadas en la calle comencé a caminar.

Una mano en mi hombro derecho me retuvo de seguir haciéndolo. Me di la vuelta y encontré ante mí un policía municipal.

-¿Se puede saber qué hace señorita? –preguntó muy serio aquel hombre alto y delgado.
-Nada, ya me iba a mi casa. Es que había perdido algo.
-No se irá dejando esto así ¿verdad?
-No, no, ahora lo recojo todo –Me adelanté a decir al ver que él sacada de su bolsillo algo que podía ser perfectamente una multa.

Y ante la mirada implacable del policía, recogí todo aquel desastre, feliz, sin embargo, porque había logrado mi objetivo.

Al volver a casa, encontré que su aspecto ya no era la misma. Clara se había marchado. Aunque sentía algún remordimiento por la forma en que la había echado, en mi fuero interno me sentía inmensamente feliz. Volvía a tener la casa para mí sola.

miércoles, 3 de junio de 2009

En busca de las fotos perdidas

Por más que miré y remiré por todos los sitios no fui capaz de encontrarlas. Estaba convencida de que las había dejado allí, pero estaba muy nerviosa y era incapaz de pensar con cordura.

Tras buscar en cada rincón hice lo mismo con el resto de la casa. Busqué en el baño, en la cocina, en el salón. Volví a mirar dentro del bolso por si las había metido allí sin querer. No estaban. No podía entenderlo así que le pregunté a Clara.

-Sí, sí, lo he cogido yo. –Respondió para mi tranquilidad.
-Pues dámelo por favor. Había un artículo en ese periódico que quería recortar.-Le dije para no tener que darle más explicaciones.
-Imposible. Ya no lo tengo.
-¿Cómo que ya no lo tienes? –Dije yo con la voz algo entrecortada.
-Los he tirado. La casa estaba llena de papeles viejos así que lo he llevado todo al contenedor de papel.
-¡Serás patosa! –Le dije intentando no decirle nada más fuerte.
-Ninetta, es que no hay quien te entienda. Dices que no limpio nunca y cuando lo hago te parece mal. Cada vez eres más insoportable.

En ese momento mi sangre hervía tanto en mis venas que sentía la quemazón en mi piel. Había llegado la hora de limpiar la casa más profundamente.

-¡Hasta aquí ha llegado mi buena voluntad! ¡Te doy una hora para coger tus cosas, meterlas en una maleta y largarte de mi casa para siempre!

-Pero mujer, no seas así. Si sabes que me iré algún día con Emilio.
-Tienes casa ¿no? Pues no entiendo qué coño haces en la mía. Vale que al principio necesitaras compañía para superar la fuga de tu marido, pero ahora estás bien, tienes novio y lo único que haces en esta casa es dejarla echa un desastre. No te soporto, no aguanto tus manías, ni que dejes tirado todo por el suelo, ni que te comas lo que he comprado exclusivamente para mí. Se acabó. Has agotado mi paciencia por completo.
-Pero…--Empezó a decir Clara.
-¡Ni peros ni nadas, me voy a la calle, a la vuelta no quiero verte!

Me largué dando un portazo y corrí en busca del contenedor de papel cruzando los dedos para que lo pudiera encontrar.

Sabía que era como buscar una aguja en un pajar.

sábado, 30 de mayo de 2009

Las fotos de la verdad

Al llegar a casa me fui directa al ordenador a descargar las fotos. Una a una fueron pasando de mi cámara hasta la carpeta que había preparado exclusivamente para ellas. Lentamente comenzaron a mostrarse las imágenes a tamaño reducido. A pesar de que la mayoría se veían mal y muy borrosas, encontré que algunas eran realmente muy útiles para enseñar. Sabía que no estaba obrando muy bien, el chantaje no era mi debilidad, pero me justificaba al pensar en lo miserable que había sido Vicente al despedirme sin más argumentaciones que seguir teniendo una amante.

Imprimí en alta calidad las que me parecieron mejores, metiéndolas en una pequeña carpeta que escondí dentro de un viejo periódico. No quería que Clara las descubriera y se enterara de mi pequeña afición. Fue en ese instante cuando el teléfono sonó.
-Hola Ninetta. ¿Qué tal te va todo?
-Hola hermana. No me quejo demasiado. ¿Y tú, como vas con tu embarazo?
-Cada vez más pesada y cansada, menos mal que ya sólo quedan dos meses de suplicio. Además, no soporto la incertidumbre. Tengo pesadillas cada noche soñando que mi hijo sale negro. Es horrible.
-Tampoco pasa nada mujer. Si le echas un poco de imaginación seguro que encuentras una buena excusa para explicarlo-Dije yo riéndome entre dientes.
-Lo dudo. Te llamaba para lo de la despedida de soltera. No se te ha olvidado que es este sábado ¿Verdad?
-Claro que no mujer -mentí yo- ¿Y es obligatorio acudir?
-Pues sí. –Contestó María secamente.

María me explicó detalladamente lo que sus amigas habían preparado para ella aquella noche. Algo tan típico como un local de boys, unas copas y unas cuantas diademas con nabos como aderezo. Nada me podía apetecer menos en esos momentos.

Después de la tensión pasada haciendo las fotos sentía que necesitaba relajarme, me abrigué y salí a la calle para darme un largo paseo. Me apetecía sentir el aire frío en mi rostro, el olor de las hojas caídas por el otoño y contemplar a los viandantes que, como yo, habían elegido salir a la calle en lugar de ver la televisión.

Cuando miré el reloj me di cuenta de que había estado deambulando casi dos horas sin darme cuenta. Me sentía plena de vitalidad. Pensé en Andrés y en las ganas que tenía de acostarme de nuevo con él. Cogí el camino e regreso a casa y antes de meter la llave en la puerta de mi cerradura, le llamé, pero no estaba.

Entré en casa y saludé a Clara. Al entrar en mi dormitorio, dirigí mi vista al lugar donde había escondido las fotos.

Allí no había nada. Las fotos y el periódico que las escondía habían desaparecido.

domingo, 24 de mayo de 2009

Un poco de suerte

Al día siguiente, tenía deberes pendientes por realizar, me vestí con mi disfraz y tras esquivar al guardia de nuevo y a unos cuantos ex compañeros que no me reconocieron me dirigí a mi lugar de trabajo: un precioso baño alicatado hasta el techo con una esmaltada taza de color blanco que hacía de asiento y escalera a la vez, ornamentado en su pared izquierda por un escuálido rollo de papel higiénico cuyos trozos hacían de improvisados pañuelos.

Como tenía una larga jornada de trabajo por delante había tenido la precaución de llevarme un libro para leer en la espera, una bolsa con frutos secos para calmar mi hambre, una botella de agua y mi móvil, bien cargado de batería y completamente mudo para no ser descubierta, al que había metido unos cuantos juegos que había descargado previamente en la web. Me estaba convirtiendo en toda una profesional del espionaje. Mi cámara de fotos estaba preparada para el momento crucial. Tenía el extraño presentimiento de que esta vez sí tendría suerte.

Al llegar la tarde ya me había comido toda la bolsa de frutos secos, me había cansado de leer y los juegos del teléfono ya no me llamaban la atención, así que me recliné sobre la pared y cuando estaba a punto de dormirme oí un ruido.
-¿Seguro que estamos solos? –Dijo una conocida voz.
-Estoy completamente convencida, he dado una vuelta por todos los despachos, me he acercado a la máquina del café, se ha ido todo el mundo.-Respondió la voz de una mujer.
-¡Qué ganas tengo de follar contigo! Cada vez es más difícil.-Dijo Vicente mientras se oía claramente el ruido de una cremallera.
-Sí, ya lo sé. No sabes cómo necesito estos momentos. Venga Vicente, es todo tuyo.-Instó Pili, mientras parecía desvestirse.

Desde mi escondite ya no se escuchaban más que intensos jadeos así que me subí a la taza con sumo cuidado y comencé a hacer fotos a la ardiente pareja. Apenas podía verles por lo que cogí todo tipo de ángulos para que por lo menos alguna de las fotos pudiera aprovecharse. Mientras estaba en pleno apogeo fotográfico el libro resbaló del bolso cayendo hasta el suelo.
-¿Has oído eso?-Dijo Pili.
-No, no he oído nada, serán las cañerías.-Dijo Vicente sin parar su ritmo amatorio.

Sin poder evitarlo comencé a temblar, no sé si por miedo a ser descubierta o porque las piernas me flaqueaban después de un buen rato de esfuerzo, lo cierto es que comencé a pensar en positivo, tal y como me había recomendado el maestro Sambala y visualicé en mi mente que aquellos dos se iban de una vez y yo podía marcharme a mi casa tranquila y con el botín en mi bolso. Y mientras me concentraba en aquella idea, el tiempo fue pasando y por fin unos gritos finales de Pili y Vicente me llenaron de esperanza.
-Venga, vámonos, he quedado en ir de compras con mi mujer.-Dijo algo sofocado mi antiguo jefe.
-Y yo he quedado con mi novio-Respondió de inmediato Pili.
-Yo no sé por qué no dejas a ese gilipollas. No me gusta nada.
-Lo mismo te digo Vicente. –Respondió la secretaria algo ofendida.
-No es lo mismo.-Se excusó Vicente.

Mientras seguían discutiendo se alejaron por fin del baño y tras esperar un prudencial tiempo salí de allí escapando por la escalera de incendios hasta llegar directamente a la calle. Tenía ganas de llegar a casa y contemplar las fotografías que había hecho.

Estaba claro que mi suerte comenzaba a cambiar.

lunes, 18 de mayo de 2009

Andrés y sus secretos

Cuando más profundamente dormida estaba, el frío de sentir que no estaba Andrés a mi lado me despertó bruscamente. Era de noche y las luces de las farolas entraban por la ventana iluminando de tonos naranjas las paredes. Me levanté con dificultad, estaba claro que la sequía que había arrastrado me había dejado los músculos poco preparados para aguantar una tórrida y completa sesión de sexo sin tener posteriormente unas terribles agujetas, las que yo sentía en esos momentos. Tras acercarme al baño y echar un vistazo a la cocina me di cuenta de que Andrés había desaparecido, así que volví al dormitorio y mientras me vestía, me di cuenta de que me había dejado una escueta nota en una de las mesillas: “He tenido que irme a trabajar, besos”

Al contrario que en otras ocasiones, no me sentí mal, acepté lo que decía sin hacerme ninguna extraña elucubración acerca de su curioso horario nocturno de trabajo o de que pudiera haber quedado con otra mujer. Simplemente me creí lo que decía y sin más me fui a mi casa.

Al abrir la puerta, Clara reclamó mi presencia en el salón. Estaba algo preocupada por mi ausencia y con una sonrisa en la boca me dijo que quería contarme algo.

-Espera Clara- dije yo con semblante serio- Antes de que me expliques nada, quiero que te sientes porque he de decirte algo.
-Me estás asustando.-Dijo algo preocupada.

Clara se sentó y yo comencé mi narración del hombre al que acababa de acudir aquel mismo día: la coincidencia del nombre, su tatuaje.
-¿Me dejas decir algo? –Dijo Clara interrumpiéndome.
-Prefiero contártelo todo y después me dices lo que quieras. Pero me siento en la obligación de ser sincera contigo. Aquel hombre no es director comercial sino sanador, y estoy casi segura que tiene una mujer y un hijo. Lo siento Clara, pero me parece que está mintiéndote.

Clara se quedó en silencio mientras me miraba algo estupefacta.
-Ahora te voy a decir yo lo que no me has dejado contarte. Después del trabajo, quedé a comer con Emilio, ese que tú ya conoces. Era la primera vez que nos veíamos así que me explicó todo lo que no se atrevía a relatarme a través del ordenador para que yo no pensara que era un chalado. Efectivamente, es una especie de sanador o naturópata, no es director comercial. Realmente está divorciado, pero como le encantan los niños, tiene mucha relación con su hermana, que está en paro y va mucho a su casa con su hijo, que tiene dos años.
-¿Así que te lo ha contado todo?
-Todo
-¿Y te ha dicho que he estado en su consulta?
-No tenía ni idea que habías ido a verle. No sabe quien eres y no me relaciona contigo, pero si quieres se lo comento.
-No, no no le digas nada. Enhorabuena Clara, a lo mejor hasta has acertado y todo con él. Como te haga unas cuantas sesiones como la que he disfrutado yo hoy, vas a estar como nunca.
-Sesiones… ¡Espero que lo que hayas disfrutado con él no sea de una sesión de sexo! Ja ja ja.
-Te juro que no, con él no ha sido.

Guiñé un ojo y me fui a la cocina. Después de la terapia doble de apertura de canales por parte de Emilio y Andrés, ahora lo único que tenía
era hambre, un hambre atroz.

domingo, 10 de mayo de 2009

Mejor imposible

Andrés y yo estuvimos haciendo el amor largo rato. Queríamos prolongar el momento lo más posible, no abandonarnos sin más, recrearnos con todo tipo de posturas y vueltas. Era como si estuviéramos recuperando la asignatura que habíamos suspendido anteriormente. Acariciar su cuerpo desnudo me resultaba tan placentero, que no entendía cómo había estado tanto tiempo sin hacerlo. Incluso por un instante, pensé que me daba igual si alguna otra mujer lo disfrutaba también. Me sentía tan feliz y relajada, que mis celos se habían atenuado como por arte de magia.

Y sin querer, salió de mi boca algo que en otra ocasión me hubiera abstenido de decir.
-Te quiero, Andrés.
Ni lo pensé, fluyó de mis labios sin más, sin saber muy bien lo que estaba diciendo, o sabiéndolo, pero sin desear conocer si él sentía lo mismo por mí o no. Creo que el maestro Sambala me había dejado mis canales tan abiertos que ni siquiera era capaz de protegerme y ahora mostraba mis sentimientos alegremente. Esta vez, sin embargo, fue Andrés el que calló después de mis palabras, tan sólo me abrazó de nuevo mientras seguíamos tumbados en el lecho descansando tras la batalla.

Cerré los ojos y apenas tardé dos minutos en quedarme dormida. No sabía qué hora era, pero me daba igual todo, sólo quería seguir pegada a mi vecino mientras disfrutaba del olor que hacía tanto no tenía tan cerca.

martes, 5 de mayo de 2009

Desbloqueada

Al llegar a casa, me tumbé un rato en el sofá a ver la tele y esperar a mi compañera de piso. Estaba algo cansada, pero intuía que era otro tipo de cansancio distinto al habitual, me sentía muy bien. Sabía, sin embargo, que estaba obligada a avisar a Clara de que el tal Emilio, a pesar de que su oficio de abridor de canales era realmente encomiable, era hombre y como tal, otro mentiroso.

Lo cierto es que notaba mi cuerpo más vivo que nunca, tanto, que poco a poco descubrí que la energía que ahora circulaba sin trabas se estaba concentrando toda en mis zonas erógenas. No quería ni pensar el tiempo que llevaba sin hacer el amor. Lo cierto es que cuanto más intentaba no pensar cuán excitada estaba, más subía mi calentura, tanto que mis manos me resultaban insuficientes para aplacar toda la fogosidad acumulada y que ahora se había destapado como una botella de champán a la que se le hubiera agitado antes de abrir.

Tras levantarme y dar unos cuantos paseos por el pasillo, salí de casa en dirección a la casa de Andrés, dudaba que estuviera, aun así llamé con firmeza, esperando en silencio con la oreja pegada a la puerta en busca de un ruido delator.

El sonido de la llave en la cerradura me sobresaltó, resultando ensordecedor en mi oído. Andrés abrió la puerta y me miró sorprendido. Parecía haberse despertado en ese momento y tan sólo vestía unos calzoncillos negros. Suficiente para que mi excitación no pudiera contenerse más.

-Te deseo, Andrés.-Dije yo empujándole hacia dentro y cerrando la puerta de una patada. Le besé con pasión, como si me fuera la vida en ello mientras mi mano jugaba a buscar debajo de su calzoncillo algo que yo quería en ese momento.

La verdad es que me estaba comportando en ese instante como lo había hecho Andrés en mi casa unas cuantas ocasiones, y por lo que parecía crecer entre sus piernas, no es que estuviera precisamente disgustado por mi descaro…

sábado, 25 de abril de 2009

El despertar

-Hemos terminado-Dijo el maestro despertándome.
-Creo que me he dormido.
-No te preocupes, es normal.

El maestro se había quitado la chaqueta. Supongo que el calor que yo sentía tenía que ser el mismo que él notaba ahora en la habitación, ahora tibia y adormecedora.
-¿Qué tal te sientes? –Me preguntó con una franca sonrisa.
-La verdad es que muy bien, muy relajada.-Contesté intentando incorporarme.
-Espera un poco, sigue tumbada, quizás sientas algo de mareo, es normal. La verdad es que te he notado los chakras muy bloqueados.
-¿Los chacas me has dicho?
-No, no, los chakras, una especie de embudos que tenemos en el cuerpo etérico y por donde entra la energía, si están cerrados no fluye y podemos tener todo tipo de problemas, tanto físicos como psíquicos, una depresión por ejemplo. Yo te los he abierto y te he limpiado los meridianos para que la energía vuelva a circular libremente por todo tu cuerpo. Por cierto, hazte unos análisis de sangre, creo que tienes colesterol. Y haz algo de ejercicio o en breve tendrás problemas en la espalda.

Yo le oía hablar, pero poco le entendía, en mi vida había oído hablar de que en el cuerpo teníamos embudos y menos que la energía tenía que entrar por ellos. Lo cierto es que me hablaba como si me conociera de toda la vida, describió a la perfección mi estado de ánimo actual, los errores que cometía y como debía superar la tristeza con pensamiento positivo.

Cuando por fin quise levantarme es cuando me di cuenta de que su tatuaje me resultaba muy conocido, tanto, como que lo había visto antes en la pantalla del ordenador de Clara. ¡Por supuesto! ¡Emilio Sambala! Lo ponía en todos sus títulos. ¿Y éste era el director comercial divorciado sin hijos? ¿Acaso Clara sabía que yo iba a visitarle y por eso sabía de mi vida? Todo me resultaba muy confuso, lo cierto es que no me parecía un impostor, en esos momentos me sentía realmente bien, mi relajación era absoluta, pero aquella foto con un niño y una mujer me hacían presentir que Clara se iba a llevar un nuevo chasco en su vida.

Al preguntarle lo que le tenía que pagar simplemente me hizo un gesto negativo.
-Los sanadores sólo aceptamos la voluntad.-Dijo rotundamente.

Acostumbrada a mi trabajo, donde sólo existen números exactos me resultaba algo un poco incómodo de valorar. Abrí mi cartera y decidí que 25€ pagaban sus servicios de forma generosa, dado que apenas me había tocado siquiera. Me despedí dándole la mano y me mordí la lengua para no preguntarle por su vida familiar.

-Y recuerda Ninetta-dijo mientras ya bajaba las escaleras-
la energía sigue al pensamiento.

domingo, 19 de abril de 2009

El sanador energético

Acudí a la consulta del maestro Sambala, diez minutos antes de la cita. Vivía en un segundo piso en una calle estrecha del centro de la ciudad. Carecía de ascensor, algo muy típico de las casas viejas de la zona centro, y tuve que subir por las escaleras. Al llegar a la segunda planta, me encontré con un hombre corpulento que despedía muy efusivamente a una mujer y a un niño pequeño. Me identifiqué para no darle tiempo a que se metiera de nuevo en casa y de inmediato con mucha cordialidad me invitó a pasar.

Mis fosas nasales se impregnaron de inmediato de un olor a incienso que me embriagó por completo, haciendo que mi tensión se aliviara ligeramente. Me llevó hasta una habitación donde había un pequeño sofá azul, una camilla en medio y una mesa de madera de roble con una silla a cada lado. Me señaló una de ellas y me acomodé. Mientras él se sentaba y ordenaba unas fotos en las que pude distinguirle a él con las personas que acababa de despedir, seguramente su mujer y su hijo, tuve tiempo de observar las paredes llenas de curiosos cuadros ambientados en la India y extraños títulos que poco tenían que ver con la medicina que yo estaba acostumbrada a recibir, todos se referían a un tal “Emilio Sambala”: “Maestro de reiki”, “Sanador por aquetipos”, “Curso de flores de Bach”, “Master en pensamiento positivo”. Éste último es el que más me gustó, nada necesitaba más como una buena dosis de pensamiento positivo para dar una vuelta entera a mi vida.

Tras hacerme las típicas preguntas de por qué estaba allí y quién le había dado su teléfono le expliqué brevemente que mi vida últimamente no parecía ir muy bien y que la angustia y la ansiedad se habían hecho mis compañeras más cercanas. Cuando le conté que realmente nadie me había dado su teléfono sino que simplemente me había encontrado por azar su tarjeta en un banco el día de mi cumpleaños sonrió.
-Bueno, eso fue un regalo de cumpleaños. No creo que fuera el azar.

Poco más me preguntó, me invitó a ponerme de pie, ambientó el lugar con una música agradable y simplemente me dijo que cerrara los ojos y que me relajara. Yo intuía que aquel hombre daba vueltas alrededor de mí e incluso en una ocasión sentí el calor de sus manos cerca de mi estómago. Lo cierto es que poco a poco sentí que me iba relajando.
-Túmbate ahora en la camilla.-Dijo de repente.
Agradecí la invitación y me tumbé de inmediato dejando mis zapatos en un rincón de la habitación. Sentí como me iba poniendo las manos encima de mi cuerpo pero sin ni siquiera posarlas sobre él. Me sorprendía el intenso calor que desprendían, era lo más relajante que hubiera sentido en mi vida, mi corazón pausó su ritmo, la música me transportó a otros mundos y me quedé en un estado de duermevela donde se mezclaban imágenes de mi vida con otras, fruto de mi imaginación. Se sucedían con una gran rapidez, tanta, que apenas pasaba una y venía la siguiente se esfumaba de mi memoria. Era un repaso en toda regla, mi cuerpo ya no parecía pertenecerme, era una mera espectadora de una paciente cuyos problemas carecían de importancia.

Me sentía feliz y muy relajada.

sábado, 11 de abril de 2009

Dudas y deseos

Ahora que mi tiempo libre se extendía durante toda la jornada, sentía que no tenía apenas aficiones a las que dedicarme para que el tiempo pasara lo menos angustiosamente posible. Porque a pesar de tener el dinero del paro y de la indemnización, estaba agobiada pensando en la posibilidad de no conseguir un nuevo trabajo de la misma categoría profesional que el que había tenido hasta hace apenas unos días. Me imaginaba a mí misma con un pañuelo atado a la cabeza, con la falda remangada y un trapo limpiando portales, no pudiendo aspirar, por culpa de la crisis, a nada mejor que eso. La angustia se hacía presa de mí impidiéndome centrarme en nada más que en mis propios pensamientos negativos. Era incapaz de leer, de ver la televisión o incluso de cocinar. Mis pensamientos lo dominaban todo, incluso hasta mis músculos, los sentía débiles y laxos.

Me tumbé en el sofá intentando relajarme un rato tras malcomer como lo hacía a diario y el sonido de mi móvil, cada vez más apocado y triste como yo, sonó insistentemente. No conocía el número y lo cogí intrigada.
-Hola Ninetta, soy yo, Juan Carlos.
Me quedé completamente inmóvil y sin saber siquiera qué decir por unos segundos, pero el enfado que arrastraba desde el día de mi cumpleaños tras enterarme de la doble vida de Juan Carlos fue suficiente para ponerme las pilas de nuevo.
-¿Y este teléfono? Si sé que eres tú ni lo cojo- Dije yo con bastante mal humor.
-Quiero que me perdones, Ninetta, sé que no estuvo muy bien lo que hice, pero a veces me cuesta tener las cosas claras. Y realmente estaba muy bien contigo.
-Ya, y con Silvia. Admiro tu capacidad de dar amor a varias mujeres a la vez- Dije yo.
-Joder Ninetta. Vamos a hablar claramente. Estoy hasta las narices de que te hagas la víctima cuando sabes que mientras estabas conmigo tenías una dilatada relación con tu vecino. ¿Pero te crees que soy gilipollas? Sé lo del congreso, lo de las fotos, sé muchas cosas que tú no me has contado y que esperaba que me dijeras arrepentida por haberlas hecho. Creo que realmente tú eres la embaucadora y la mentirosa compulsiva. Aclárate primero tú y tu vida y después, si quieres algo conmigo, puedes llamarme.
Por un instante sentí que mis piernas no me sostenían. Y realmente, por mucho que me doliera todo lo que me estaba diciendo, tenía algo de razón. Pero lejos de reconocerlo, tan sólo pude hacer una pregunta.
-¿Y qué pasa con Silvia? ¿Acaso vamos a ser tres en la relación?
-No tengo ni idea, quizás Ninetta, dependa más de ti de lo que te crees. Llámame si te aclaras. Pero no te busques excusas fuera de ti para no estar conmigo. Eres tú la culpable de tu vida, no los demás.

Juan Carlos colgó y yo me quedé más hundida si cabe de lo que estaba. Miré el calendario y sorprendida observé que al día siguiente, tenía cita con el sanador. Necesitaba ayuda externa o quizás no volvería a levantar cabeza en mi vida.

domingo, 5 de abril de 2009

Anécdotas de un lobo de mar

A pesar de que los primeros minutos fueron tan tensos como una reunión en la cumbre para resolver un conflicto internacional, poco a poco se fueron disipando las energías negativas que provocaban silenciosamente auténticas corrientes de mala leche y de resquemor por el pasado. Salvatore había tenido una intensa vida y, aunque dejó intencionadamente aparte la narración de sus aventuras como mujeriego, nos deleitó con numerosas historias de su vida en la mar. Era como leer una apasionante novela de sus labios. Tenía una forma de contar todo lo que le había acontecido de un modo tan cómico, que hasta las más terribles desgracias eran pasto de nuestras risas.
-Lo peor fue cuando el cocinero y el segundo oficial de máquinas se pelearon por culpa de la ayudante de cocina, que por cierto, creo que era la mujer más fea que hubiera visto nunca. Pero eso carece de importancia tras dos meses en la mar. Giuseppe llamó un día al oficial y le amenazó con matarle si se acercaba a la chica. No era raro la vez que se presentaba con la cazuela a servir a la tripulación ondeando uno de los cuchillos de cocina que tenía para cortar la carne. Como estaba tan loco, a veces no empezábamos a comer hasta que él no hubiera dado el primer bocado, no sea que hubiera envenenado la comida para acabar con su rival. De hecho le había amenazado más de una madrugada llamando a su camarote para contarle lo que le haría. La verdad es que nuestro cocinero llevaba ya años tocado, dicen que fue a raíz de coger la malaria. Estuvo a punto de palmar y todo.
-¿Y qué pasó con la chica? –Preguntó intrigada María-¿Con quién se fue al final?
-La verdad es que duró poco en el barco. Se enamoró de un chico novato recién incorporado a la empresa al que convenció para largarse de allí en busca de un trabajo en tierra firme. Pobre muchacho, yo dudo que realmente quisiera irse con ella, pero Caqui era una mujer de armas tomar, ja ja ja. ¡Era difícil decirle que no!

Pensé que Salvatore había tenido también sus andanzas con aquella mujer, lo intuía por la forma en que hablaba sobre ella, pero no quise preguntarle para corroborarlo por no hacer daño a mi madre, que dudaba que le hiciera mucha gracia conocer las andanzas de su marido. Lo cierto es que mientras Salvatore hablaba, mi madre no paraba de sonreír y de alguna forma era como si como por arte de magia, hubiera rejuvenecido. Mi padre la miraba de vez en cuando y ella bajaba la miraba como si tuviera los años de una adolescente.

Tras mis fracasos con los hombres, no me resultaba fácil confiar en ninguno de ellos, y menos en mi padre. Me temía que su llegada no nos iba a deparar nada bueno.

domingo, 29 de marzo de 2009

De progenitores y demás

Mi madre me mostró el salón como si fuera la primera vez que entraba en su casa y desconociera cada una de sus habitaciones. Dentro de él encontré sentados alrededor de la mesa a mi hermana, a mi ex y a un extraño personaje que parecía haberse escapado de una novela de Charles Dickens. Llevaba un largo abrigo azul marino al que poco le faltaba caerse a pedazos, sus puños raídos así lo predecían. Vestía unos vaqueros desgastados a base de un extremo uso y una curiosa gorra de marinero con un escudo bordado en letras doradas. Tenía la barba encanecida y algo descuidada que tapaba prácticamente todo su cuello. Le miré con curiosidad y cierto nerviosismo, intuía algo, pero de inmediato lo rechacé. No hizo falta, sin embargo, esperar mucho para saber quien era el desconocido invitado.
-Ninetta-empezó mi madre en tono solemne-es tu padre.
La cabeza me empezó a dar vueltas y sentía que mi ser parecía querer desprenderse de su cuerpo para irse de inmediato a cualquier lugar en el que no le obligaran a enfrentarse con fantasmas del pasado. No me podía creer que mi padre, tras una larga ausencia, hubiera venido al lugar que nos vio nacer. Extendí mi mano y le saludé como si nada en la vida nos hubiera unido nunca. De hecho, es lo que yo sentía en esos instantes.
-Hola Salvatore. –Fue lo único que salió de mis labios. Me senté a la mesa, pero al observar que mi hermana se dirigía a la cocina en busca del primer plato la seguí y abordé tras cerrar la puerta.
-¿Se puede saber que hace este tío aquí?
-¿Cómo que qué hace? Parece mentira con lo mucho que me ha costado buscarle y lo poco que me lo agradeces. Le he dicho que me casaba y no ha dudado en venir. Estoy convencida de que hubiera hecho lo mismo por ti cuando te casaste con Manolo, pero vas a lo tuyo y te da igual el resto del mundo.
-No mujer, es mejor que no le dijera nada en su día, le iba a parecer un poco raro que en los dos casos coincidiera el novio ¿no crees? De todas formas, sigo sin entender por qué después de toda una vida tiene la poca vergüenza de regresar al hogar del que huyó. ¿Qué pasa? ¿Es que no tiene dinero y ahora quiere vivir del cuento?
-No tengo ni idea, pero a pesar de estar tan sorprendida como tú, me encanta saber que estará en mi boda.
-Y que te llevará al altar, claro. La verdad es que a mí ese tipo de cosas ya no me importa. Dudo que me vuelva a casar jamás.
-Nunca se sabe, Ninetta, la vida da muchas vueltas.
-Lo sé, María, no sabes cómo lo sé.

Volvimos al salón y de camino, respiré profundamente intentando que todo lo malo que había dentro de mí saliera de mi cuerpo. Por mucho que me apeteciera preguntar a mi padre la razón por la que nos abandonó, no me parecía el mejor momento. Intentaría ser lo más conciliadora posible a pesar de que mis circunstancias personales no me dejaban volver al estado de paz en el que yo creía que estaba antes.

Quizás nunca estuve en paz conmigo misma ni con el mundo. ¿Es que mi problema era que había empezado una guerra que no quería terminar por mi culpa?

sábado, 21 de marzo de 2009

Familia y más familia

Aquel domingo lamentablemente tenía planes. Mi desidia me impelía a la absoluta soledad pero la brutal insistencia de mi madre en que fuera a comer a su casa el domingo me hizo enarbolar la bandera de la rendición. Suponía que se trataba de la típica comida familiar de paz y armonía para celebrar los desposorios de uno de sus miembros. Pero nosotros no éramos una típica familia de clase media, no había ni paz ni armonía entre nosotras y que mi hermana se casara era algo que no me importaba a pesar de que su contrincante fuera precisamente el hombre con el que me había casado yo hace años.

Lo que más me disgustaba sin embargo no era el hecho de una falsa unión fraternal, sino tener que explicar a mi madre y a mi hermana que me habían despedido. Estaba convencida de que si no lo contaba yo, se enterarían por terceros. Prefería narrar a mi manera la situación sin tener que dar mayores explicaciones.

Al salir de casa me despedí de Clara que miraba ensimismada la pantalla de su ordenador. Las relaciones con su novio cibernético proseguían por buen camino y eso a pesar de que eran más las veces que Clara esperaba a Emilio sentada frente a la pantalla. Por más que le intentaba decir una y otra vez que no se enganchara con una ilusión que llegaba a través del wifi, no quería siquiera escucharme. Intuía que el día en que ambos se conocieran, todo se desvanecería y volverían a la realidad. De algo estaba convencida: las heridas que le había provocado su separación con Jerónimo sanarían con las próximas provocadas por el misterioso internauta.

Cuando llegué a casa de mi madre, me recibió con una sospechosa e inusual alegría impropia de ella. ¿Le habría tocado la lotería y estaba a punto de hacer el generoso reparto entre sus hijas?

Al llegar al salón me di cuenta de que el dinero brillaba por su ausencia y que la sorpresa que me esperaba no me la hubiera imaginado jamás.

domingo, 15 de marzo de 2009

Chasco

Agucé mi oído y contuve la respiración a la espera de que llegara el momento de actuar. La pareja reía sin mesura y parecían tener claro que a esas horas y en ese lugar, nadie podría perturbar su cálido rato de placer. La risa languideció para dar paso a toda una colección de jadeos y gemidos, respiraciones entrecortadas y pequeños gritos. Bajé con cuidado la tapa del water y me subí encima. Saqué la cámara del bolsillo de la gabardina y me incliné sobre la puerta apoyando mis manos sobre ella para poder tener una buena visión de conjunto. Pero mi altura no resultaba suficiente para ver por encima así que me puse de puntillas intentando aguantar lo más posible. Sentía punzadas en las pantorrillas y me hice el propósito de ir cuanto antes a un gimnasio que me quitara las telarañas de mis lacios músculos.

Al otro lado, la pareja aceleraba su impulso amatorio, de la misma manera me impulsé yo en mi escondite, haciendo que mis ojos contemplaran por fin la escena y me diera cuenta de mi error. No era Vicente el que embestía ni era su secretaría la que recibía los empujes. Aquella oficina era lo más parecido a Sodoma y Gomorra que otra cosa. Mientras intentaba saciar mi curiosidad intentando averiguar de quien se trataba me desequilibré, el zapato de tacón se torció y me quedé colgada de la puerta mientras gritaba a los cuatro vientos mi torpeza. No hubo que hacer nada más para que la pareja se fuera de allí ipso facto sin querer conocer a la cotilla que investigaba sus movimientos.

Me descolgué como si fuera un primate tras haber recogido una banana, me enfadé conmigo misma tanto por la mala suerte al haberme caído como por no haber encontrado a Vicente con la secretaria y me escapé de allí de inmediato. Por fortuna, el vigilante se encontraba en la hora del bocadillo vespertino y no prestó atención a mi salida.

Me quité mi disfraz en el primer bar que encontré en mi camino y regresé a mi casa. No había que perder la esperanza, mi momento llegaría más tarde o más temprano.

sábado, 7 de marzo de 2009

Ropa de camuflaje


Al día siguiente me levanté pronto y con ganas de hacer cosas. Tenía un plan que ejecutar y había pasado la noche anterior dándole vueltas, era la hora de actuar.

Salí de casa y me dirigí a la tienda de disfraces que se hallaba cerca del centro. Tras echar un vistazo a toda la tienda me decidí por una peluca negra con el pelo rizado, unas gruesas gafas de plástico negro y una especie de corsé que aumentaba los pechos cuatro tallas más. Me sentía igual que los detectives en horas de trabajo y sentía que la adrenalina comenzaba a circular de nuevo por mi cuerpo produciéndome un agradable cosquilleo en todo él. Posteriormente adquirí en una tienda de oportunidades una falda gris recta, una blusa verde, una gabardina negra y un gran bolso gris. Con todas mis adquisiciones me fui a un bar y tras tomarme un café me dirigí al baño y me disfracé con prisas. Estaba irreconocible y dudaba que nadie se diera cuenta de quien era. Metí mis prendas en el bolso que acababa de comprar y me encaminé hacia mi antiguo trabajo.

El primer obstáculo era el vigilante de la entrada. Intenté sosegarme respirando con calma, me acerqué a él y le expliqué cual era el motivo de mi visita, tenía un dinero que había heredado y quería saber las posibilidades de hacer una buena inversión con él. El agente no sospechó nada, al contrario, los nuevos clientes siempre eran bien recibidos, significaba que la crisis no afectaría a su empleo.

Subí por las escaleras y al llegar a la planta donde se ubicaba mi antiguo lugar de trabajo, caminé lentamente intentando no mirar los despachos abiertos para no ser reconocida. Me temblaban las piernas pero intentaba concentrarme en caminar con paso firme. Llegué a los baños, saqué un cartel que había preparado en casa donde ponía con gruesas letras de imprenta “NO FUNCIONA” y me encerré en un servicio a esperar. Sabía que tenía que armarme de paciencia y que a lo mejor no tenía la suerte que esperaba, pero crucé los dedos y pensé de forma positiva.

Tras seis horas de espera infructuosa me encontraba desfallecida. Habían pasado por aquel baño decenas de personas cientos de veces. Había tenido que aguantar las consecuencias de la dieta vegetariana de una compañera con problemas de meteorismo, el aroma a tabaco de más de un fumador compulsivo que se negaba a pasar frío en la calle y los cotilleos de algunas compañeras criticando a las demás. Ahora llegaba la calma, era la hora de comer y la oficina estaba tranquila. Sabía que por la tarde había más posibilidades de pillarle así que me puse en guardia con la cámara preparada.

Tenía los dedos agarrotados pero mi corazón pegó un vuelco cuando oí que entraba por la puerta un hombre y una mujer riéndose.

Había llegado mi turno.

jueves, 26 de febrero de 2009

Clara y su lío nocturno

Tras hacer los papeles del paro volví a casa y me tumbé en la cama. Me dolían horriblemente los pies, ¿por qué se me ocurriría llevar los tacones más altos precisamente aquel día? Me quedé profundamente dormida y cuando desperté ya había anochecido. Ni siquiera había comido pero no tenía hambre, desde el despido, mi estómago parecía no tolerar la comida más que lo justo. Me levanté y vi que Clara tenía la puerta abierta de su dormitorio, me asomé discretamente y comprobé que no tenía nada de lo que avergonzarse si yo entraba, así que llamé con los nudillos y esperé su invitación.
-¿Qué tal lo llevas, Ninetta? –preguntó ella con cierta preocupación.
-Lo llevo, con eso es suficiente. ¿Y tú? ¿Qué tal vas con tu Romeo? –Dije yo con algo de burla.
-Se llama Emilio, es jefe comercial y se dedica a la distribución. Creo que está en el sector alimentario, no sé. Lo único que sé es que tiene que viajar mucho por su trabajo, por eso no podemos vernos a diario.
-Ya… La verdad es que eso no me suena muy bien. ¿Pero le has visto alguna vez?
-Aún no, seguramente quedaremos la semana que viene, esta semana está muy liado en su trabajo, pero mira, tengo una foto que me envió el otro día.
Clara abrió la carpeta con las fotos que iba guardando y disimulé no haber visto las que tenía de aquel hombre en paños menores.
-Mira, éste es Emilio.- Me dijo sonriendo.

Miré la foto. La calidad era pésima y apenas se distinguían las facciones de su cara. Me pareció ver que llevaba gafas y tenía rizos, nada más. Tenía tatuado en su brazo derecho una especie de espiral que descansaba sobre un trébol de cuatro hojas. Tenía un cuerpo ancho pero blando, realmente no tenía nada que me atrajera lo más mínimo de él.
-¿A que es guapo?-Preguntó Clara poniéndome en un aprieto.
-Hombre, guapo, guapo…Es majo. Mujer, ya sabes que lo importante no es el físico.-mentí yo.
-Me ha dicho que se ha enamorado de mí. Se ha divorciado hace dos años y no tiene hijos, su mujer le hacía la vida imposible. Ya sabes, la típica amargada que no ha podido tener hijos y fastidia la vida a los que tiene alrededor. Ahora me alegro que Jerónimo tomara la decisión de que nos divorciáramos, no hacíamos nada juntos. Y mira, he tenido la suerte de encontrar a alguien.
-Espero que no te lleves un chasco…
-¡Pues claro que no! Que soy ya mayorcita para saber cómo es la gente.

Eso pensaba yo antes de conocer a Juan Carlos, creía que mi intuición acerca de las personas actuaba como una especie de muro que me protegía de los engaños. Pero me equivoqué, mi intuición hacía mucho que no me servía nada más que para hacerme la puñeta.

viernes, 20 de febrero de 2009

En la cola del paro

Tras unos días lamentándome de mi penosa existencia me di cuenta de que tenía que recoger en el banco el cheque con mi indemnización, calculaba que me corresponderían aproximadamente unos veinticuatro mil euros, lo correspondiente a los diez años de trabajo que había permanecido en la misma empresa. No era mucho pero sí creía que era suficiente para buscarme con calma otro empleo. Tenía una carrera, una dilatada experiencia y un buen currículo, aparte de unas buenas piernas que las iba a utilizar en caso necesario para incentivar mi contratación.

El banco estaba abarrotado de gente, era principios de mes y día de pago de recibos no domiciliados. Tras esperar una larga cola por fin conseguí mi cheque, que no me duró mucho entre las manos ya que un amable bancario me convenció para que lo dejara en depósito en su banco a cambio de un razonable tipo de interés y una tele plana, salí de allí alegre por el regalo inesperado y me dirigí con cierto temor a la oficina del paro que me correspondía. Estaba nerviosa, jamás había tenido que solicitar una prestación por desempleo y me sentía como si fuera la única en el mundo que tuviera ese problema. Me di cuenta sin embargo de que estaba equivocada cuando aún estaba a cien metros de la oficina. La cola que se dirigía hasta la oficina del paro era inmensa, no quise contar a la gente que se hallaba delante de mí pero debían de llegar a cien. Me coloqué detrás de una señora bajita y me armé de paciencia. Tenía para toda la mañana, y eso si tenía suerte. Me acordé de la cita con el sanador que había concertado la semana siguiente, necesitaba la energía que suministraba toda una central hidroeléctrica para que me subiera la moral.

Eran las doce de la mañana y tenía los pies helados, me acordé de mi trabajo y de Vicente y tomé una decisión: me iba a tomar la justicia por mi mano.

jueves, 12 de febrero de 2009

La mañana tras la pesadilla

Cuando por la mañana entró la luz por la persiana de mi dormitorio y llegó hasta mi rostro logrando despertarme, deseé que lo acaecido el día anterior hubiera sido tan sólo una pesadilla, pero me bastaron apenas tres segundos para darme cuenta de mi nueva y penosa situación laboral.

Me levanté con desgana y me dirigí hasta la cocina. Clara se había dejado abierta la puerta de su dormitorio y lo que se vislumbraba era todo un caos, el desorden campaba a sus anchas en un mar de ropa sucia y descolocada. Ahora precisamente necesitaba más que nunca compartir los gastos, no importaba que fuera con Clara o con el mismísimo diablo.

Entré en mi ordenador y busqué en la red las páginas de ofertas de trabajo, pero fueron suficientes tan sólo diez minutos para que me angustiara de tal forma que no pude sino cerrar el portátil con fuerza. Lo mejor sería tomárselo con calma y concederme una tregua en forma de unos días de descanso y reflexión.

Cogí el tazón de desayuno y me tire en el sofá a ver la tele, pero a esas horas proliferaban los programas del corazón y los anuncios de detergentes, nada que me distrajera lo más mínimo de mi principal preocupación. Tampoco los libros que dormían en la estantería y que jamás había leído me motivaban lo más mínimo, tenía que hacer algo para dejar de darle vueltas a la injusticia cometida por Vicente. Decidí darme un paseo por la ciudad para olvidarme por un rato de todo, me vestí con lo primero que pillé a mano y cogí mi bolso, pero al meter mi mano dentro de él en busca de las llaves, me topé de nuevo con la misteriosa tarjeta que me había encontrado en el banco de forma casual en la que venía el nombre y el teléfono del sanador energético. Quizás el destino me estaba forzando a ponerme en contacto con él. Tras dudar unos segundos, le llamé. No perdía nada por intentarlo, lo más, el dinero que me costara la consulta. ¿Sería un curandero negro con un hueso en la nariz que bailaría en torno a mí una danza de guerra? A lo mejor era alto y musculoso y si no sanaba mi mente por lo menos podía intentar sanar mi cuerpo…

martes, 3 de febrero de 2009

Una buena faena

Miré las paredes de mi despacho por última vez. Aún no me podía creer que mi jefe me hubiera echado del trabajo tan impunemente y aplicando como único criterio para hacerlo simple y llanamente la injusticia. Aunque por unos instantes tuve la peregrina idea de volver de nuevo su despacho y arrastrarme hasta él miserablemente suplicando la readmisión una vez que hubiera convencido a la loca de su mujer de que yo no quería nada con su marido, descarté la idea de inmediato, ni mi orgullo ni mi dignidad maltrecha merecían ser pisoteadas una vez más por aquel gilipollas.

Me pasé el resto de la mañana recogiendo las pocas pertenencias que guardaba en mis cajones y borrando del disco duro del ordenador todos los archivos que de alguna forma me podrían comprometer. Cuando salí para despedirme de mis compañeros más cercanos, sentí una opresión en mi pobre corazón malherido. Deseaba desahogarme con alguien en ese momento así que cogí mi teléfono móvil y llamé a Andrés. Tras intentarlo tres veces desistí y me rendí, guardé mi teléfono derrotada e intenté contener mis lágrimas. No quería que mis compañeros se dieran cuenta de la absoluta debilidad psicológica que me dominaba en esos instantes. Ya llegaría la hora de vengarme en un futuro de todos los que de alguna forma u otra me estaban fastidiando el presente.

-Lo siento mucho Ninetta-se lamentó Pepe al ir a contarle la noticia.-Si necesitas algo, llámame cuando quieras. Ya sabes que para mí siempre serás especial...

Pepe me miró media décima de segundo a los ojos y bajó su mirada mientras movía en círculos su pie derecho igual que si fuera un chiquillo tras haber cometido una fechoría.

Al salir a la calle sentí que de nuevo me obligaban a comenzar una etapa nueva en mi vida, otra vez las dudas y la incógnita sobre lo que iba a deparar mi futuro dominaban mis pensamientos. Esta vez, sin embargo, no era yo la que me divorciaba, el destino se burlaba de mí con una forzada separación laboral.

La crisis sumaba a las listas de desempleados una nueva parada más.

jueves, 29 de enero de 2009

Vacaciones forzosas

Tras la sorpresa que me había dado mi hermana con la noticia del posible color de su hijo me esperaba otra en el trabajo con la que no contaba. En mi mesa del despacho había un papel garabateado con la letra de Vicente que simplemente ponía “ven a mi despacho cuanto antes”. Esperaba que mi jefe me pidiera disculpas por haber cogido mis fotos, era lo menos que podía hacer por mí, así que cuando entré en su despacho y me hizo sentar, me escamé al ver su rostro tan serio y distante.
-Ninetta, siento decirte esto, pero tu rendimiento en el trabajo ha disminuido drásticamente.
No me esperaba aquella rotunda afirmación contra mí, pese a todo, intenté defenderme como pude.
-Bueno, he tenido algún problema en mi vida personal, pero he seguido trabajando como siempre, e incluso más, llevo tiempo haciendo horas extra.
-A pesar de todo Ninetta, me veo en la obligación de prescindir de tus servicios.
-¿Cómo? Es una broma, supongo.-Dije yo ciertamente nerviosa.
-No suelo gastar jamás bromas a nadie. Simplemente que es necesario hacer unos pequeños reajustes en la empresa, el momento económico que vivimos ha repercutido negativamente en nuestras ventas y la disminución de clientes nos lleva a tomar decisiones como ésta.
Por un segundo me quedé muda, pero fue sólo un segundo, el tiempo que yo necesitaba para recomponer todo lo que salía de mi cabeza a borbotones sin poder detenerlo.
-Mira Vicente, no me vengas con gilipolleces. Sabes que trabajo, y que lo hago bien. Si quieres echarme, ten la suficiente valentía para decirme la verdad y no me vengas con la manida frase de que todo se debe a la crisis. Suelta ya lo que no me has dicho, porque no creo que haya motivo por el que no deba saberlo.
-Mi mujer ha visto unas fotos tuyas comprometidas.
-Ya, lo sé. Y me pregunto yo por qué narices las tenías tú.
-No tengo ni idea, quizás cuando me diste una copia de tu trabajo. Lo cierto es que mi mujer me ha amenazado con divorciarse de mí si no te despido.
-¡Pero si tú y yo no estamos enrollados! ¿Por qué no le cuentas que tonteas con tu secretaria?
Vicente guardó un teatral silencio y respondió de inmediato.-Porque echarte soluciona mis problemas. Si he de serte sincero, quiero seguir teniendo la vida que tengo y simplemente moviendo una pieza lo puedo conseguir.
-Así que yo soy la pieza que tienes que comerte… Eres más hijo de puta de lo que yo pensaba.
-Por supuesto que te pagaré una buena indemnización por despedirte.
-Seguramente será escasa con la que me merecería tras aguantarte todos estos años-Afirmé yo.

Salí dando un portazo y me dirigí a mi despacho. Los hados del destino últimamente parecían haberme abandonado por completo.

viernes, 23 de enero de 2009

Blanco y negro

-No creas que me acuerdo muy bien de todo lo que pasó esa noche. Creo que bebí demasiado y perdí el control- Comenzó a explicar mi hermana.
-Ya, como cuando pasamos la Nochevieja en casa de Juan Carlos y la montaste pegando a la novia de tu ex -Dije yo añadiendo más leña al fuego.
-Ya sabes lo que suele pasar en las fiestas de mujeres. Decidimos despedir la soltería de Susana en un local de esos que organizan striptease masculinos. Salió al escenario un chico negro guapísimo y creo que las copas de más me lanzaron contra él. No quiero ni recordar las bobadas que hice delante de toda la multitud…
-¿Y le violaste?-Dije yo más divertida que otra cosa.
-No hizo falta, tras el espectáculo se acercó a mí y nos enrollamos. Creo que le gusté.
-Amor a primera vista, ja ja ja. Y lo de usar condón, supongo que no va contigo ¿no?
-Ni me acordé, pero él tampoco. A la semana me hice unos análisis de sangre, agobiada por la idea de tener alguna enfermedad que me hubiera trasmitido.
-Te la hubieras merecido, por insensata.
-Pero lo peor es que fue justo en esa semana cuando también me acosté con Manolo.
-Y por supuesto sin protección-Afirmé yo.
-Tú lo has dicho.
-Pues como tengas un niño negro, Manolo no lo va a tragar, él precisamente, que es más blanco que la leche. ¿Y no se lo has dicho?
-¡Cómo se lo voy a decir! Si ya estaba saliendo con él. Me mandaría directamente a la mierda por frívola.
- Puedes arriesgarte, tienes un 50% de posibilidades de que sea su hijo. Y siempre le puedes contar que tenemos un ascendiente lejano que vino de África.
-No tiene gracia Ninetta, lo estoy pasando fatal.-Dijo mi hermana.
-¿Y la boda? ¿Ya lo has preparado todo? –Pregunté yo cambiando de tema.
-Está prácticamente todo listo. Aunque no creas, me ha costado buscar un vestido que le quedara bien a mi barriga. He engordado unos 15 kilos por lo menos.
-Mujer, es normal, después los perderás sin problemas-Mentí yo.
-Eso espero…Supongo que irás a mi despedida de soltera.
-Vaya, veo que no has tenido tu merecido con esas fiestas. Iré si no hay más remedio.
-Te lo pasarás bien, más divertido que “jugar” con ordenadores.
-Eres muy simpática… ¿Quieres un chocolate caliente?-Pregunté con sorna.
-¡Serás cabrona! –Dijo entre risas lanzándome un cojín.

A pesar de que mi sesión de ciber sexo se había visto frustrada, había merecido la pena escuchar a María. Había llegado la hora de mi venganza y lo mejor de todo, es que yo no era la culpable de su desdicha, sino una mera espectadora que ahora se relamía con las dudas de María.

Tampoco estaba tan mal tener un sobrino moreno.

lunes, 19 de enero de 2009

Las vueltas de la vida

-Ninetta, ¿te pillo ocupada?
-No podías haber encontrado mejor momento para venir a verme, querida hermana- dije yo entre cabreada y abochornada. -¿Se puede saber qué puñetas haces a estas horas en mi casa? ¿Y cómo has entrado? ¿Tiene llaves de mi casa toda la ciudad? Me tranquiliza la idea.
- Las llaves se las he cogido a Manolo No podía dormir y le dije que mi madre me había llamado porque se encontraba mal.
-Vaya, ya comprendo lo útil que resulta una madre para ponerla como centro de todo tipo de excusas…
-¿Y tú qué hacías? -Dijo mirándome con cierta sorna.
-Ejercicios espirituales. Creo que no te importa lo que haga de madrugada en mi dormitorio. ¿No crees?
-Ninetta, tengo un problema muy gordo-dijo bastante nerviosa mientras se sentaba en la cama.

Yo también lo tenía hacía unos segundos en la pantalla de mi ordenador, aunque no se trataba realmente de un problema. El pobre “elplacerdeunagranpolla” seguramente se masturbaba decepcionado al comprobar que había desaparecido de la pantalla justo en el momento en que yo estaba más desenfrenada.

-No estoy segura de que Manolo sea el padre del hijo que estoy esperando.

Miré a mi hermana estupefacta. Ahora resulta que María tenía más amantes que Mesalina en la época de Roma.
-¿Y quién crees que pueda ser el padre? –pregunté yo intrigada.
-No te lo vas a creer…-dijo bajando su voz y mirándome con ojos de culpa.

jueves, 15 de enero de 2009

Morbo y sexo

Conseguí recuperar la conversación con el de la berenjena de inmediato. Abrí de nuevo la webcam y mostré mis pechos en primer plano a aquel hombre al que no conocía de nada. Me había prometido a mí misma una sesión de ciber sexo y no iba a cortarla precisamente en el mejor momento, ya habría tiempo de arrepentirse después tras la calentura, pero ésta me resultaba tan dominante que necesitaba apaciguarla cuanto antes.
-Qué ricas parecen. Manoséatelas un poco para mí. Mientras, me masturbaré para que me veas.

Y comencé mi función, que al principio resultó algo tímida, pero poco a poco fui calentándome tanto, que no dudé en abrir mis piernas y enfocar a aquel sujeto mis encantos escondidos. Me sorprendió lo excitante que resultaba darse una alegría para un extraño y seguí haciéndolo con mayor intensidad mientras veía por la pequeña pantalla la masturbación compulsiva y frenética de mi contrincante. Estaba tan concentrada en mi placer y en las nuevas sensaciones que estaba experimentando, que no dudé en quitarme el camisón cuando él me lo pidió, masturbarme a cuatro patas al ordenármelo y hacer todo tipo de piruetas tras cada uno de sus requerimientos. Estaba indiscutiblemente mojada y excitada, ya nadie me podía parar. Corrí hacia mi cajón y saqué mi amigo nocturno, mi nabo siliconado. Había que rematar la faena y ya poco me importaba que me viera aquel desconocido o doscientos más. Mi cuerpo estaba liberando endorfinas a toda velocidad, la felicidad había relegado a la tristeza y todo me parecía de nuevo maravilloso.

Ya había encontrado mi propio placer, el resto del mundo me daba igual. Lo cierto es que el resto del mundo no parecía opinar lo mismo, dado que justo en ese instante abrieron la puerta de mi dormitorio y me quedé petrificada con mi nabo en la mano derecha y la webcam enfocando mi sexo en la mano izquierda. ¿Pero es que Clara no dormía nunca?