Acudí a la consulta del maestro Sambala, diez minutos antes de la cita. Vivía en un segundo piso en una calle estrecha del centro de la ciudad. Carecía de ascensor, algo muy típico de las casas viejas de la zona centro, y tuve que subir por las escaleras. Al llegar a la segunda planta, me encontré con un hombre corpulento que despedía muy efusivamente a una mujer y a un niño pequeño. Me identifiqué para no darle tiempo a que se metiera de nuevo en casa y de inmediato con mucha cordialidad me invitó a pasar.
Mis fosas nasales se impregnaron de inmediato de un olor a incienso que me embriagó por completo, haciendo que mi tensión se aliviara ligeramente. Me llevó hasta una habitación donde había un pequeño sofá azul, una camilla en medio y una mesa de madera de roble con una silla a cada lado. Me señaló una de ellas y me acomodé. Mientras él se sentaba y ordenaba unas fotos en las que pude distinguirle a él con las personas que acababa de despedir, seguramente su mujer y su hijo, tuve tiempo de observar las paredes llenas de curiosos cuadros ambientados en la India y extraños títulos que poco tenían que ver con la medicina que yo estaba acostumbrada a recibir, todos se referían a un tal “Emilio Sambala”: “Maestro de reiki”, “Sanador por aquetipos”, “Curso de flores de Bach”, “Master en pensamiento positivo”. Éste último es el que más me gustó, nada necesitaba más como una buena dosis de pensamiento positivo para dar una vuelta entera a mi vida.
Tras hacerme las típicas preguntas de por qué estaba allí y quién le había dado su teléfono le expliqué brevemente que mi vida últimamente no parecía ir muy bien y que la angustia y la ansiedad se habían hecho mis compañeras más cercanas. Cuando le conté que realmente nadie me había dado su teléfono sino que simplemente me había encontrado por azar su tarjeta en un banco el día de mi cumpleaños sonrió.
-Bueno, eso fue un regalo de cumpleaños. No creo que fuera el azar.
Poco más me preguntó, me invitó a ponerme de pie, ambientó el lugar con una música agradable y simplemente me dijo que cerrara los ojos y que me relajara. Yo intuía que aquel hombre daba vueltas alrededor de mí e incluso en una ocasión sentí el calor de sus manos cerca de mi estómago. Lo cierto es que poco a poco sentí que me iba relajando.
-Túmbate ahora en la camilla.-Dijo de repente.
Agradecí la invitación y me tumbé de inmediato dejando mis zapatos en un rincón de la habitación. Sentí como me iba poniendo las manos encima de mi cuerpo pero sin ni siquiera posarlas sobre él. Me sorprendía el intenso calor que desprendían, era lo más relajante que hubiera sentido en mi vida, mi corazón pausó su ritmo, la música me transportó a otros mundos y me quedé en un estado de duermevela donde se mezclaban imágenes de mi vida con otras, fruto de mi imaginación. Se sucedían con una gran rapidez, tanta, que apenas pasaba una y venía la siguiente se esfumaba de mi memoria. Era un repaso en toda regla, mi cuerpo ya no parecía pertenecerme, era una mera espectadora de una paciente cuyos problemas carecían de importancia.
Me sentía feliz y muy relajada.
Mis fosas nasales se impregnaron de inmediato de un olor a incienso que me embriagó por completo, haciendo que mi tensión se aliviara ligeramente. Me llevó hasta una habitación donde había un pequeño sofá azul, una camilla en medio y una mesa de madera de roble con una silla a cada lado. Me señaló una de ellas y me acomodé. Mientras él se sentaba y ordenaba unas fotos en las que pude distinguirle a él con las personas que acababa de despedir, seguramente su mujer y su hijo, tuve tiempo de observar las paredes llenas de curiosos cuadros ambientados en la India y extraños títulos que poco tenían que ver con la medicina que yo estaba acostumbrada a recibir, todos se referían a un tal “Emilio Sambala”: “Maestro de reiki”, “Sanador por aquetipos”, “Curso de flores de Bach”, “Master en pensamiento positivo”. Éste último es el que más me gustó, nada necesitaba más como una buena dosis de pensamiento positivo para dar una vuelta entera a mi vida.
Tras hacerme las típicas preguntas de por qué estaba allí y quién le había dado su teléfono le expliqué brevemente que mi vida últimamente no parecía ir muy bien y que la angustia y la ansiedad se habían hecho mis compañeras más cercanas. Cuando le conté que realmente nadie me había dado su teléfono sino que simplemente me había encontrado por azar su tarjeta en un banco el día de mi cumpleaños sonrió.
-Bueno, eso fue un regalo de cumpleaños. No creo que fuera el azar.
Poco más me preguntó, me invitó a ponerme de pie, ambientó el lugar con una música agradable y simplemente me dijo que cerrara los ojos y que me relajara. Yo intuía que aquel hombre daba vueltas alrededor de mí e incluso en una ocasión sentí el calor de sus manos cerca de mi estómago. Lo cierto es que poco a poco sentí que me iba relajando.
-Túmbate ahora en la camilla.-Dijo de repente.
Agradecí la invitación y me tumbé de inmediato dejando mis zapatos en un rincón de la habitación. Sentí como me iba poniendo las manos encima de mi cuerpo pero sin ni siquiera posarlas sobre él. Me sorprendía el intenso calor que desprendían, era lo más relajante que hubiera sentido en mi vida, mi corazón pausó su ritmo, la música me transportó a otros mundos y me quedé en un estado de duermevela donde se mezclaban imágenes de mi vida con otras, fruto de mi imaginación. Se sucedían con una gran rapidez, tanta, que apenas pasaba una y venía la siguiente se esfumaba de mi memoria. Era un repaso en toda regla, mi cuerpo ya no parecía pertenecerme, era una mera espectadora de una paciente cuyos problemas carecían de importancia.
Me sentía feliz y muy relajada.
1 comentario:
Dios! Empece ayer a leer la historia y ya he terminado! No entiendo como he podido engancharme tanto pero pido porfavor que no me hagan esperar mas para continuar leyendo!!
Felicidades por tan grandiosa escritura, creo que deberia plasmarse en un libro. =)
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